La ironía juega a veces a los dados y simplemente sabes que nadie controla la tirada. A veces no para de salir el doble seis, la misma jugada una y otra vez.
Ayer estuve una estación de tren. Siempre huelen a bienvenida y a despedida. Y pise por la tarde unas huellas que no pude recibir por la mañana. El mismo sitio, distinta hora. Y mirando el horizonte enmarañado de metales veo regresar otros pasos que hace demasiado tiempo no escuchaba. Y podría pensar en dramáticos finales, en gente que va y viene, en seres queridos que no tienes la certeza de cuando los volverás a ver y si pasarán de nuevo meses o años...
Ayer estuve una estación de tren. Siempre huelen a bienvenida y a despedida. Y pise por la tarde unas huellas que no pude recibir por la mañana. El mismo sitio, distinta hora. Y mirando el horizonte enmarañado de metales veo regresar otros pasos que hace demasiado tiempo no escuchaba. Y podría pensar en dramáticos finales, en gente que va y viene, en seres queridos que no tienes la certeza de cuando los volverás a ver y si pasarán de nuevo meses o años...
Pero es entonces cuando descubres que seis kilómetros de separación son tan irrelevantes como quinientos, que la separación en si es irrelevante, cuando se trata de que no salga el doble seis otra vez, cuando se trata de hacerle un quiebro a las malas jugadas, cuando todo, o al menos lo importante, termina bien.
Somos arenas movedizas encerradas en rocas, cursos de ríos que confluyen en un caudal en el que todos podemos encontrarnos... Y como las gotas de lluvia volveremos a encontrarnos en el mismo charco o evaporados en forma de nube de tormenta que caera con toda su furia contenida mojando el desierto que una vez dejamos tras nosotros.