Las luces se han apagado, el bailarín que pinta las cuentas en el universo me hizo una reverencia y se retiró. No queda, siquiera, la esperanza de seguir bailando.
Y todos los desiertos florecen alguna vez, incluso cuando la primavera se detiene, anclada en las derivas del tiempo y los corazones desarmados. Desnuda frente al tiempo que ya no existe, contemplando los granos congelados, la belleza se antoja un capricho huidizo.
Y sin caparazón respiras hasta el infinito con un saco de ilusiones hechas añicos. Hasta que te das cuenta de que, a veces, suspiras en los lugares equivocados.