A veces el universo se dobla y te pilla en una esquina mientras la plancha del destino se encarga de marcar bien la línea. Y parece que todo fluye, pero en realidad te ahogas si intentas nadar. Y todo queda enterrado, allá, en las tumbas del tiempo.

En el viento se pierde el eco de los deseos. Resuena lo inalcanzable. Y el desierto devuelve una mirada vacía que florece al saberse viva por contemplar la belleza de un alma desconocida. Tan cercana como las flores que acuden salvajes entre los granos de arena y brotan en mitad de la nada. En todos los desiertos llueve alguna vez.

La belleza se abre camino floreciendo a través del cemento del alma. Porque siempre vuelve el universo a aporrear con esas cuentas que nadie sabe cómo salen. Porque hay un bailarín infinito trazando una pirueta donde refugiarnos de las inclemencias del destino. Y a veces sonríe.